El otro día pensé que había descubierto algo oculto en la serie de pinturas que Elías Santis expone en «Terrícolas«.
Era una historia, o más bien la posibilidad una historia que apareció al reconocer en sus trabajos, expuestos en la Sala Cero de la A.N.I.M.A.L., ciertos guiños, ciertas reiteraciones, ciertos detalles que me permitieron elaborar una relación entre los nueve lienzos montados en el segundo piso de la galería. Un relato regido por el mismo principio que vincula a las viñetas de un comic y con el que se representa el paso del tiempo en los relojes análogos: un avance cronológico de izquierda a derecha. Por ejemplo, el meteorito que va cayendo por la ventana del primer cuadro, podría haber provocado el cráter en el segundo. Y luego, el humo que sale desde el bosque de este mismo podría ser el que se distingue a lo lejos en el tercero.
Sí. Todo esto podría ser. Podrían estar unidos los lienzos por una línea lógica de causa y efecto. Pero las primeras suposiciones comienzan a fisurarse cuando un nuevo meteorito (¿O es una roca?) aparece levitando en el cuarto cuadro. Ya no hay secuencia 1°, 2°, 3° y 4°, sino que probablemente 4°, 1°, 2° y 3° (¿Un racconto, o es que quizás la historia definitivamente nunca fue lineal?). Los elementos que se repiten le dan sentido a cada cuadro en su particularidad, y también podrían enlazar de siginifcado la serie completa. O es que estos elementos, en vez de develar, están ahí para ocultar el secreto último de la obra. ¿Se trata del mismo meteorito en todos los cuadros? ¿Hay un antes y un después en este posible relato?
En el trabajo de Santis los detalles parecen volverse especialmente significativos. Esto, debido a que el enigma (un engima, varios enimgas, una atmósfera enigmática) sobrevuela todas las escenas que recrea. Es así que los detalles adquieren una nueva dimensión y generan una lectura de la exposición. Si la flor de plumas rosadas en el hocico del madril asomado en «La mano invisible» proviene del pelaje del peluche oculto en «Principio holográfico y damascos», o si el mantel sobre el que están tomando té dos robots y un humano en «El círculo vicioso» es el mismo trozo de tela en la cortina en «La masa crítica», entonces se les puede considerar como pistas. Lo que abriría múltiples posibilidades de cruces entre un lienzo y otro, desplazando el juego hacia un asunto no sólo pictórico sino que temporal y espacial, dentro de la sala misma. Tal como aparece en el cuarto cuadro (4) , los caminos narrativos se bifurcarían.
Suponiendo que Santis estuviera reflexionando en «Terricolas» sobre el tiempo y el espacio, y que hubiera arrojado en distintos puntos de la muestra algunos detalles significativos que podrían ser hilados: ¿Hacia dónde llevan estas pistas? Se trataría, quizás, de una exposición que busca la remecer la educación lógica del ojo, subvertir el orden predecible de un cuadro al siguiente. Re-pensar la estructura tradicional sobre la que se contruyen las historias. Desarmar el tránsito más común de principio a fin, proponiendo nuevas rutas intermedias, alternativas, insospechadas. Las pistas, entonces no serían pistas sino que señuelos que evidenciarian el quiebre de la primera lectura: ya no se leería de izquierda a derecha porque el resultado arrojaría una historia básica e incompleta. Insuficiente para desantrañar el sentido último del mensaje que ocultan los lienzos.
En «L’âne dans le cône de lumière», el séptimo cuadro, aparecen juntos el meteorito que antes levitaba sobre los damascos, los robots que tomaban té en un patio y el mantel rojo, todos elementos de los cuadros anteriores, revueltos en la carretilla que un chico negro maneja al borde de un abismo. En esta pintura, quizás la más desoladora de todas, residiría el secreto o la intención con que han sido dispuestos los cuadros: no hay tal. O mejor aún, en este cruce de líneas imaginarias entre un lienzo y otro, el eje principal sería el espectador. Si es que en un principio pareció haber una secuencia lineal, en este punto el relato se dispara definitivamente hacia adelante y hacia atrás, hacia todas las dimensiones posibles. Sería así, en el centro de la sala donde el observador intenta descifrar algo, donde comenzaría a adquirir sentido el montaje.
Y también sería ahí en medio de estas pistas, rodeado de estas escenas (que no son otra cosa que ventanas o portales en su amplio sentido), donde el espectador tendrá que esperar suspendido la respuesta. ¿O es que la respuesta ya está ahí, dada? Nueve pinturas que encierran nueve enigmas, o finalmente sólo uno. La pregunta se devuelve abiertamente al ojo que mira y recorre la muestra. En él reside el afán de seguir buscando entre los lienzos otras verdades, nuevas revelacions, sino la verdad última del orden del tiempo y el espacio insinuada a través de la respresentación.